martes, 23 de abril de 2024

Los pueblos de colonización del franquismo (I)

No resulta fácil hablar de este tema; está bastante silenciado, porque como lo llevó a cabo Franco... mal asunto. El programa del Instituto Nacional de Colonización (INC) del susodicho fue creado a finales de 1939, y estaba basado en algunos notables esfuerzos que hizo la República con su reforma agraria. 

Pero estos fracasaron porque, entre otras cosas, se pretendía una expropiación masiva de grandes latifundios, lo que provocó una fuerte reacción que, sin duda, coadyuvó al horror de lo que vino después. Se llevaron a cabo las expropiaciones que se consideraba que había que hacer, aunque no todas, y se marcaron las bases de cómo tenían que ser los nuevos poblados. No se hizo mucho más, pero con la guerra civil todo quedó en nada, aunque quedaron establecidos unos criterios básicos. 

El caso es que Franco, vista la situación tras la contienda, en plena autarquía, se aprovechó una  parte de esa iniciativa de la República, con notables modificaciones. Hizo construir cerca de 300 nuevos pueblos y más de 30000 casas en las cuencas de los grandes ríos. Se pretendía sustituir lugares yermos por parajes fértiles. Se hicieron diversas presas, canales, conducciones, acequias, se construyeron infraestructuras, como carreteras y líneas de electricidad, y se habilitaron acuíferos.


El gobierno franquista gastó el equivalente de 20 mil millones de euros en todo eso y, además de mano de obra, utilizó a ingenieros agrónomos, de montes y a arquitectos, funcionarios o no, y a empresas de construcción adictas, para diseñar y construir viviendas, pueblos e infraestructuras. Todos ellos hicieron una labor ímproba en aquel contexto. El programa llegó a abarcar casi un millón de hectáreas.

El régimen de Franco buscaba controlar los asentamientos y a los colonos, que eran reclutados entre gente de las proximidades y sin trabajo alguno. Se les exigía estar sanos, tener familia, el Certificado de Buena Conducta, adhesión a los Principios del Movimiento y otros papeluchos para evitar "vagos y maleantes", infiltrados o gente no adicta. La política de asentamiento era una herramienta para lograr la estabilidad política y apaciguar el medio rural, al tiempo que se aumentaba la producción agrícola.

Los colonos admitidos tenían una franja de terreno asignada por los ingenieros agrónomos y una casa con zona de vivienda, patio y lugar para para guardar el instrumental agrícola y el ganado. Se obligaban a cultivar los campos y a criar el ganado, aportando al Estado parte de lo recogido para, con el tiempo, obtener títulos de propiedad sobre casa y tierras. Eso creó una deuda de los colonos con el Estado, que lo utilizó para evitar deslealtades al Régimen y facilitar el control sobre la población.

Muchas de las personas albergadas en esos pueblos creados por el Instituto Nacional de Colonización (INC) se quejaban, no sin razón, de aislamiento, estrechez, grandes incomodidades, etc. Además había que trabajar muchísimo para extraer rendimiento a tierras absolutamente resecas tras años baldíos, ya que las tierras mejores siguieron en manos de los latifundistas. Pero lucharon con denuedo y muchos consiguieron perdurar allí, como acreditan sus descendientes, que aún habitan en esos lugares.
Planta del pueblo de colonización de Vegaviana (1954). José Luis Fernández del Amo, arquitecto
Bien, siempre se ha dicho que fue así. De todas maneras, es un tema controvertido, lleno de luces y sombras, en el que G.U. no es un experto, como en  tantas otras materias. Lo que más le interesa es otra faceta, de la que hablaremos en la próxima: del aspecto urbanístico y arquitectónico del asunto. Queden atentos a la pantalla....

Los pueblos de colonización del franquismo (y II)

Miraelrío, Jaén (1964). Jesús Fernández del Amo
Sigamos con el asunto. En lo urbanístico, no crean, no todos los pueblos de colonización tenían planta rectangular. Hubo bastante variedad, según la parcela asignada y el entorno. Y en lo arquitectónico, los resultados también fueron interesantes, a pesar de que tenían que ser actuaciones de bajo costo, por razones obvias. La ubicación de cada lugar la decidían los ingenieros agrónomos del Instituto Nacional de Colonización (INC) y los proyectos los realizaron funcionarios adscritos al INC y otros contratados (había mucho trabajo).
Esquivel. Alejandro de la Sota, arquitecto (1945-1953)
Entrerríos (Badajoz). Alejandro de la Sota, arquitecto (1956)
Buenos arquitectos del momento, afiliados a las vanguardias, como José Luis Fernández del Amo, funcionario del Ministerio de Agricultura, que contactó con otros externos al INC, como Alejandro de la Sota, Carlos Arniches (hijo del autor de teatro), Fernando de Terán, Antonio Fernández Alba, etc. Ellos realizaron los proyectos urbanísticos de cada poblado y el diseño de los espacios públicos, de los edificios cívicos, de las iglesias y de las casas de los colonos. 

Solo dos muestras, para no aburrir al personal (en los libros que señalamos al final hay muchas más):

José Luis Fernández del Amo (1914-1995) y otros que diseñaron pueblos para el INC eran arquitectos jóvenes, que creían con total convicción en las bondades de la arquitectura contemporánea. Pero, ojo al dato, también creían en las bondades de la construcción vernácula, y así lo acreditaron en esos proyectos.
Pueblos diseñados por Fernández del Amo
Pueblos diseñados por Fernández del Amo
Algunos de esos pueblos salen en las imágenes de los paneles. Quizá el más conocido diseñado por Fernández del Amo es el de Vegaviana, Nació de la nada en Extremadura y sorprendió en su momento al mundo de la arquitectura. Un lugar donde las casas rodeaban las encinas preexistentes. Como los terrenos circundantes se habían allanado para convertirlos en campos de cultivo, la única vegetación natural que quedaba era, precisamente, la del propio pueblo. 

Y es el más conocido, en parte, gracias a los reportajes fotográficos que realizó Kindel, un gran fotógrafo, que han sido muy divulgados. Algunas imágenes nos lo ilustran, aunque hizo muchas más.

Vista aérea de Vegaviana (1954). José Luis Fernández del Amo, arquitecto
Vegaviana. Fotografía de Kindel
Vegaviana. Fotografía de Kindel
Vegaviana. Fotografía de Kindel
Vegaviana. Fotografía de Kindel

Sello de Correos, con motivo de los "Veinticinco años de paz"
Franco no perdía ocasión de ponerse medallas, por si no tuviera ya bastantes como "Caudillo". Con motivo de aquella conmemoración de 1964, que el Régimen tituló "Veinticinco años de paz", se publicó un sello de correos que G.U. recuerda porque su padre era coleccionista. Aquí tienen una de las imágenes adoptadas con tal motivo. ¡El pueblo de Vegaviana!
El Realengo. José Luis Fernández del Amo. Fotografía de Kindel
Portada de Los pueblos de colonización. Miguel Centellas Soler
Todo esto lo explica muy bien el libro de Miguel Centellas, un especialista en el tema. Pero no solo trabajó Fernández del Amo. Hubo otros jóvenes arquitectos, como los antes citados, que encontraron trabajo y un medio de expresión de sus ideas en esos encargos.
Esquivel. Alejandro de la Sota. Fotografía de Kindel

Gévora. Carlos Arniches
Además, dado que Fernández del Amo era, a la sazón, director del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid recién inaugurado, consiguió que colaboraran buenos artistas abstractos (algunos del grupo El Paso) en la realización de mosaicos y vidrieras para las iglesias, lugares de culto que siempre tuvieron un diseño muy estudiado. Seguramente Franco tenía interés en que en esos poblados la gente fuera a misa, aunque los lugareños tardaron en asimilar toda esa estética...
Iglesia de Villalba de Calatrava. Fernández del Amo (mosaico de Hernández Mompó)
Trencadís en iglesias de pueblo de colonización
El caso es que los artistas que colaboraron, muchos de ellos ateos, se tomaron esos encargos como "alimenticios", una manera de ir tirando económicamente y así poder mantenerse practicando el arte que deseaban. No podían excederse, y por eso los resultados son convencionales en muchos casos. Manolo Millares sí se pasó un pelín en la iglesia de Algallarín. El obispo de Córdooba obligó a destruir su obra.

Vidrieras diversas en pueblos de colonización
Vidrieras diversas en pueblos de colonización
Las iglesias y otros edificios representativos se han mantenido relativamente bien, respecto al diseño original. Los dos de las fotos inferiores siguen casi igual, pero con el tiempo las actuaciones realizadas por los propietarios en las viviendas las han dejado muy desvirtuadas, al cambiar los usuarios las cubiertas, la posición de las ventanes, edificarse en los patios, revestimiento de paredes con "rajolas", etc.
Ayuntamiento de Vegaviana. Fernández del Amo. Fotografía de Kindel
Iglesia de El Realengo. Fernández del Amo. Fotografía de Kindel
En fin, solo nos queda referirnos a dos libros: «Habitar el Agua» y «Pueblos de Colonización: Miradas a un paisaje inventado», ambos de Ana Amado y Andrés Patiño. Reflejan con fotos muy buenas, además de interesantes textos y planos de la época, la génesis y el estado actual de esos lugares.

Aquí tienen dos libros para regalarse en el Día del Libro. Recomendables para interesados en el tema.

lunes, 15 de abril de 2024

Paseo por la Rambla de Catalunya (y ¡Enric Sagnier!)

Este es el breve relato de lo que G.U. hizo anteayer por la mañana. Deseoso de salir de su —como se llama ahora— "zona de confort", tomó la decisión de plantarse en Paseo de Gacia-Diagonal y, a partir de allí, ir bajando. Al fondo, la Pedrera. Centenares de sujetos en lontananza, hacen cambiar el rumbo.
Unas fotos a las chimeneas de Gaudí, tomadas con el teleobjetivo, nos anticipan el cambio de dirección.
Nos vamos por el pasaje de la Concepción hacia Rambla de Cataluña, donde aspiramos a encontrar menos turistas y menos tiendas de "alto standing". No sabemos lo que nos espera, porque no somos habituales de esta zona. Pero, a mano izquierda, qué bendita casualidad, nos aparece un edificio de nuestro admirado Enric Sagnier. Vamos a verlo.
¡Albricias! Aquí lo tenemos. Enric Sagnier dotó, a finales del S. XIX y primeros años del XX, de más de trescientos edificios en la parte baja, el Ensanche y los barrios altos de Barcelona. Iglesias, proyectos para entidades públicas y privadas, colegios, casas de vecinos, viviendas unifamiliares, ¡uf!, muchas obras. Y lo primero que nos encontramos al llegar a la Rambla de Catalunya es la casa donde tenía su despacho y donde vivió. Un detalle no menor: rápidamente observamos que no tiene "remonta" alguna (para quien no sepa qué es eso, hablamos luego). 
Como no era ni Gaudí, ni Domènech i Montaner, ni Puig i Cadafalch, ni frecuentó el modernismo "pata negra", y, en cambio, practicó una arquitectua mesurada y ecléctica, fue ninguneado durante años. Muchos de los edificios que proyectó los derribaron, sustituidos por obras de Núñez y Navarro y otras constructoras de semejante perfil. Hoy, pensamos que eso no se hubiera podido hacer así, a la brava.

En la planta primera estaba su despacho y él vivía en los pisos superiores. Se ha mantenido su casa sin la habitual "remonta" antes citada y de la que hablaremos después. Muchos otros se han "remontado".
El tiempo no pasa en balde. Ahora lo ha comprado otra familia y ha puesto hotel, bar y restaurante. En este momento estamos en la puerta de acceso. Aquí hacen alarde del año en que se construyó el inmueble. Naturalmente, la distribución original del edificio ha desaparecido. No sabemos si éste fue víctima de un "vaciado", esa práctica que solo respeta la fachada, tan habitual por estos lares. Es de suponer que sí, ya que el edificio no fue diseñado para tal función.
Entramos dentro del "Hotel Sagnier". El leit motiv es la figura de ese gran arquitecto. Tienen en recepción un libro de tropecientos quilos sobre su obra. Vamos a la derecha y, en el comedor, nos encontramos con un busto del personaje, cedido por la familia, y una reproducción de una obra que entusiasmaba a nuestro hombre: "La rendición de Breda". No tiene mala pinta el asunto.

Nos gustaría quedarnos a comer aquí, pero... "avui no toca". También soñábamos con pasar un fin de semana en el hotel, cual turistas de "alto standing", aunque los precios nos disuaden con rapidez.
El bar, llamado "Café de l´Arquitecte", está muy agradable. Dan ganas de pasar allí un rato. Numerosos detalles nos remiten a Enric Sagnier, entre otros este mural con fotografías alusivas a él y su obra.
Pero el tiempo corre, y salimos otra vez a la Rambla de Catalunya. Aquí tenemos una vista de la calle, con la escultura de Llimona en la esquina y el mirador donde estaba situado el despacho del arquitecto, quién sabe si ahora suite de algún enriquecido sujeto.
Pero... ¡oh, decepción! La carpintería de ese mirador ha sido penosamente sustituida por algo más actual, más "sostenible". Una fotografía del libro "Ruta Sagnier" nos delata cómo era antes.
Como aún había tiempo —y Enric Sagnier es un arquitecto que nos gusta— bajamos unos metros, hasta encontrarnos con la casa Ferran Cortés. Es la más sencilla de las que hay por esa zona, muchas de la misma época, principios del XX, muy hermosas pero, en general, llenas de detalles prescindibles, tal vez fruto de los ampulosos deseos de una burquesía emergente (enriquecida por las colonias, la industria textil, el tráfico de esclavos, etc.) que quería "sacar pecho". Pero, ojo, no es el tema de hoy. El caso es que es la única que pervive de las tres que construyó Sagnier allí para los hermanos Cortés.

Bueno, ya lo están viendo. El edificio sufre una de esas "remontas" —aunque no la más salvaje ni muchísimo menos— que promocionó el alcalde franquista Pocioles. Cuando G.U. estudiaba, el profesor Bassegoda, un tipo viajado, decía que Barcelona era la única ciudal del mundo en la que los edificios, una vez acabados, seguían creciendo. Y G.U. nos chiva que hoy en día otras ciudades han copiado el modelo, con creces. Durante muchos años, se dio permiso para subir un par de plantas a los edificios, rompiendo su estética original y densificando el Ensanche. En este caso, con el aumento de altura se cargaron el coronamiento ondulado que tenía. Una pena.
Detalles de la fachada. En el portal, dos mujeres, una joven y quizá su madre, enmarcan la entrada y soportan la tribuna. Y, más arriba, luces y sombras de los balcones curvilíneos en torno a la galería.
Se está haciendo tarde, hace mucho calor y las numerosas terrazas del paseo central están tomadas por turistas. Ya volveremos por esta Rambla y aledaños, donde nos esperan otras obras de nuestro arquitecto de cabecera, sin el cual no se entendería mucho de la arquitectura de esta ciudad.

Una imagen nos impacta siempre a los amantes del cine y nostálgicos de la ciudad que amábamos. Nos gusta que "MANGO" venda pantalones que no requieren que los toquetee sastre alguno: siempre caen bien, sin necesidad de modistas que los alarguen o acorten, un coñazo. Cierto. Pero...
Pero... cuando vemos en el móvil esas imágenes de la Rambla de Catalunya con el extinto y mítico "CINE ALEXANDRA"  y su pequeño delfín "ALEXIS", donde vimos tantas películas cuando éramos más jóvenes, nos da un "no sé qué" que nos hace volver a casa con cierta melancolía por los cines perdidos.

[Las fotografías son de granuribe50, salvo las del "Café de l´Arquitecte", las antiguas fachadas de la "Casa Sagnier" y de la "Casa Ferran Cortés" y la vista del Alexandra. Fueron tomadas el 13/4/2024]

viernes, 5 de abril de 2024

«Abril es el mes más cruel»

Escribe hoy Julio Llamazares la siguiente columna en El Periódico y el Diario de Ibiza, entre otros. La titula Primavera sombría. La compartimos aquí, aunque —en opinión de G.U.— no solo es el miedo a que los conflictos se extiendan y nos lleguen a nosotros, que también, sino el drama en sí que suponen. En cuanto al chapapote de aquí... ni les cuento, porque ya lo hemos comentado muchas otras veces.

« "Abril es el mes más cruel: / engendra lilas de la tierra muerta / mezclando la realidad y el deseo, / despertando yertas raíces con lluvias de primavera...". Como cada año, los célebres versos de T.S. Eliot regresan a mi memoria cuando llega este mes que trastorna la naturaleza y con ella a las personas, que despertamos de la postración del frío y de la oscuridad invernal: "El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo / la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo  / una pequeña vida con tubérculos secos…" continúa el poema de T.S. Eliot 'La tierra baldía'.

Cerca de donde yo vivo en Madrid está la casa en la que otro poeta, el español Luis Cernuda, escribió su libro 'La realidad y el deseo', los dos extremos de la condición humana, que en abril se confunden, según el poema de T.S. Eliot, más que en cualquier otra época. La primavera, la estación de las lilas y de las hojas nuevas, la de las raíces que renacen con el calor y las lluvias después de meses amortecidas por las heladas, produce los mismos efectos sobre nosotros y eso se nota.

Este año, abril, además, llega cargado de oscuros presagios, los que invaden el mundo últimamente ante la amenaza de una guerra a gran escala que cada vez se hace más creíble. La primavera, este año más que nunca, se presenta, pues, confusa y llena de claroscuros no solo para cada uno de nosotros, sino para la humanidad entera, que asiste con horror a lo que está ocurriendo en Ucrania y en Oriente Medio y con miedo a que esos conflictos se internacionalicen y extiendan y nos afecten directamente a todos.

De tambores de guerra hablan ya abiertamente muchos políticos mientras las ya existentes se cronifican y se hacen más crueles ante la impotencia de Europa y del mundo entero. Es Cernuda el que ahora habla alzando su voz sobre la de T.S. Eliot: "Bajo la noche el mundo silencioso naufraga / Bajo la noche rostros fijos, muertos, se pierden / Solo esas sombras blancas, oh, blancas, sí, tan blancas…"

Dentro de nuestras fronteras la primavera no es más luminosa. El chapapote de la política nacional, ese que integran a parte iguales la crispación y el odio, va en aumento y la proximidad de nuevas elecciones autonómicas y europeas no auguran un mejor futuro para un país en el que ya nadie habla y discute de los problemas comunes y de las necesidades a cubrir, ocupados como estamos en insultarnos unos a otros y en buscarnos las cosquillas y las vueltas como si, en vez de una nación, la nuestra fuera un ring de boxeo en el que hay que noquear al adversario en lugar de convencerle de que lo que nosotros pensamos puede estar bien.

La primavera, pues, se muestra también sombría este año por estos lares y lo que cabe esperar es que pase sin mayores consecuencias y llegue pronto el verano con su tregua temporal, esa que nos permite desconectar del ruido y del odio y contemplar la naturaleza y la vida sin inquietud.»

jueves, 4 de abril de 2024

Los vencejos ya llegaron. La nevera sigue aquí

Que por estos lares familiares barceloneses no estamos pasando buenos tiempos es un secreto a media voz. Por tanto, no hay ánimo ni para salir y solo nos consuela que hoy han llegado los vencejos, unas aves volatineras y pundonorosas que nos gustan. Llegan al cielo del patio a primeros de abril y se van a finales de agosto. Hace un rato lo sobrevolaban ufanos; parecen contentos de haber llegado, al fin. 


El caso es que como, a mayor abundamiento, tampoco andamos nada bien de los "piños", ahora las comidas consisten solo en alimentos triturados y cremas frías. Eso no nos impide frecuentar la cocina. Como G.U. andaba un poco aburridillo con la elaboración de estos suculentos menús, se ha dedicado a retratar el frontal de la nevera. Sí, ya sabemos. Dicen algunos arregladores de frigoríficos que cuantos más imanes le pongamos, más perjuicio para el motor del aparato. Más se cansa y peor trabaja.
 
¡Ostras! Si fuera así, nuestra nevera durará "dos telediarios". Ya lleva 20 años "plenamente operativa" (espero que dure otros 20, y nosotros que lo veamos), con imanes, aunque quizá no tantos como ahora: cada vez que viene alguien de Nueva York o de Londres, tenemos otro "Edificio Chrysler" o las cabinas de teléfono, más los que nos regalan de otros lugares y los que compramos en las tiendas de los museos. Algunos bibelots los hubiéramos quitado ya, pero no hay manera de desengancharlos.

Entre los que no queremos suprimir, están los de pintores conocidos, como Fantin Latour, Velázquez, De Chirico, Juan Gris, Kandinsky, Escher, Warhol o Antonio López. Y otros que lo son bastante menos, tales como Sofonisba Anguissola, Valentín de Zubiaurre, Torné Esquius, etc. A Gaudí ni está ni se le espera, no porque no nos gusten muchas de sus obras; nos empalaga un poco la parafernalia alusiva, en forma de trencadís, dragoncitos y chimeneas, que invade las tiendas de souvenirs en Barcelona.